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Los problemas de la democracia representativa (I)

Los problemas de la democracia representativa (I)

El posible desprestigio del movimiento del 15-M por su propio devenir de radicalización no debe ocultar un hecho: las encuestas del CIS muestran que los ciudadanos españoles consideran como tercer problema más importante, sólo por detrás del paro y los problemas de índole económica, a la clase política y los partidos políticos. Están claramente delante de otros como la inseguridad ciudadana o la inmigración.

 Se podrá decir que la legitimidad de las urnas es la única posible, que esta es una democracia representativa. También se podrá afirmar que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos y que hemos de recordar el horror de las propuestas totalitarias. Sí, todo eso puede ser cierto. Pero el descrédito popular es real, es elevado, es grave. El movimiento 15-M tal vez ha sido una respuesta histriónica y asilvestrada, pero no se debe olvidar que existe un verdadero descontento social y no contra uno u otro partido, sino contra todo el sistema. Este sentimiento se ha acentuado con la crisis económica, pero viene de atrás. Se me ocurren algunas ideas:

 1. La democracia española no ha sido una democracia conquistada, sino pactada. No ha habido una Declaración de Virginia, ni una toma de la Bastilla, ni si quiera una revolución de los claveles. Se ha tratado de un pacto entre élites, aunque refrendado por el pueblo. Este pacto descendente, probablemente era la única salida democrática en el momento en que se gestó y la menos dolorosa. Pero ha arrojado dos resultados perversos: un sistema demasiado cortado a la medida de los partidos políticos y sobre todo, un alejamiento de las bases sociales y populares. Existe, tal vez, un sentimiento subconsciente o consciente de muchos españoles de democracia otorgada y no vivida. Nos han precocinado un plato y nos lo hemos comido, pero podría haber sido otro plato (República, continuación del Franquismo, monarquía al estilo marroquí, dictablanda, mil combinaciones posibles) y tal vez nos lo hubiésemos comido igual. 

 2. Un monopolio absoluto de los partidos políticos, que elaboran de manera opaca sus listas, que las presentan de forma bloqueada, que se financian de forma opaca. Mantienen a personajes imputados en tales listas y como hay que votarlas en bloque, convalidan el trigo con la paja en las noches electorales, prostituyendo todo el sistema.

 3. El predominio de los partidos políticos supone la eliminación de cualquier otro mecanismo de decisión que no esté tamizado por ellos mismos. En treinta años sólo hemos tenido dos referéndums, uno de extraño enunciado y otro ya ganado de antemano. ¿Cuántas iniciativas populares han prosperado?

 4. La desaparición de cualquier mínima conexión entre representante y representado, más allá del posible castigo electoral para toda una formación, pasados cuatro años. ¿Alguien nombraría un representante para su empresa o su comunidad de vecinos para sólo poder pedirle cuentas cada cuatro años?

 5. Como consecuencia de la falta de fiscalización del representante ante el representado, se produce la pérdida de importancia de los programas electorales. Como el representante no tiene que rendir cuentas durante su mandato, puede prescindir del programa electoral, convertido en un mero reclamo publicitario y no en un verdadero contrato, que debiera ser su naturaleza auténtica. ¿Cabría llevar a un político ante los tribunales por un hipotético delito de estafa?

 6. Como consecuencia de la devaluación de los programas electorales, las elecciones se convierten en meras verbenas mediáticas, sin contenido alguno.

 7. La falta de contenido de todo el proceso electoral conlleva la modulación de los programas de gobierno en función de intereses tacticistas o bien en función de imposiciones exteriores.

 8. El empobrecimiento paulatino de la clase media reduce la identificación con el sistema democrático, ya que cada vez se extiende más la percepción de que la política realmente es un asunto de élites.

 9. Los medios de comunicación social están integrados por élites profesionales no muy distintas de las élites políticas. Su ideología dominante es la de su estatus, ni si quiera la de derechas o izquierdas. Su reacción ante problemas sociales tan acuciantes como el incremento de la edad de jubilación o el recorte de las pensiones, ha sido de gran distanciamiento respecto a la de sus habituales lectores (tal como he constatado en los foros de El País y ABC).

 10. La élite mediática se retroalimenta con la política. Da resonancia a los nombramientos, cruces de declaraciones, intervenciones, interpelaciones de la clase política, a modo de Gran Hermano político. Los “creadores de opinión”, conectados con importantes grupos empresariales, marcan las agendas de los políticos. La élite mediática sólo atiende a la ciudadanía cuando se producen noticias, es decir, todo acontecimiento historiable, es decir, susceptible de generar un conflicto.

 11. El ciudadano corriente no se siente reflejado ni en la política ni en los medios. Su desempleo, los abusos sobre los consumidores, la presión fiscal, la dificultad del día a día, no reciben eco. Son problemas que se han vuelto crónicos y lo crónico no es noticiable y no forma parte de la agenda.

 12. Las instancias supranacionales sin base democrática imponen agendas con efectos claros sobre la vida real de las personas. La desconexión entre clase política y ciudadanía hace que se asuman alegremente compromisos internacionales de todo tipo sin medir los costes.

 13. La existencia de agendas internacionalmente fijadas eliminan la posibilidad de las alternativas políticas y de decisión. Entonces, todo el proceso electoral se convierte en un trámite sin contenido. El desprestigio de la democracia representativa se vuelve entonces muy acusado y el sistema entero entra en grave riesgo.

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